Buenas tardes a todos:
A D. Julián López, Obispo de León.
A don Antonio Fernández, vicario general de la Diócesis de
Cuenca.
A doña Margarita Morais, académica correspondiente por León
de la Academia de Bellas Artes.
Al Sr. Santamaria, decano de a escuela de educación.
A don Domingo García y D. Jesús Crespo párrocos de Acevedo y
Garrrafe de Torío.
A los representantes de la Corporación del Ayuntamiento de
Crémenes y demás personalidades
A los vecinos de Lois y a todos cuantos habéis llegado hasta
aquí para recordar la figura de mi tío Salvador Alonso.
Permitidme, para empezar, que me presente, pues muchos, tal
vez la mayoría, no me conocéis.
Me llamo Julia Alonso González y soy uno de los trece
sobrinos de Salvador Alonso que aún vivimos.
En nombre y representación de todos ellos acudo aquí para
participar en este entrañable acto de homenaje con el que la Asociación La
Cátedra de Lois ha querido recordar, en el marco de su semana cultural, la
figura de nuestro tío.
Sin duda es para nosotros un orgullo que su pueblo natal
reivindique su figura. Y resulta tanto más emotivo por el hecho de que hayamos
sido llamados a celebrarlo en esta iglesia, que él amó, recorrió palmo a palmo,
y describió para todos con unas bellas palabras que fueron recogidas en un
ejemplar de la revista de vuestra asociación hace ya muchos años.
Pero resulta también conmovedor porque de esta parroquia fue
feligrés: en ella entró a formar parte de esa iglesia, con mayúsculas, en la
que vivió, murió y en la que desarrolló su ministerio. Así pues os agradecemos
que nos hayáis dado la palabra para recordar la figura de nuestro tío en este
marco tan querido para él. Un recuerdo que nos obliga también, como estoy
segura de que comprenderéis, a rememorar a aquellos que ya no están y que
duermen para siempre.
Algunos de ellos vinieron a enriquecer nuestras raíces desde
otros lugares: Hortensia González, de Crémenes; José Miguel Alcorta, de
Morgovejo; y Ángel González, de Asturias.
Gracias a ellos nuestra familia se agrandó y se hizo más
valiosa. Gracias a ellos, nosotros somos hoy lo que somos: herederos de esta
montaña y del carácter de sus gentes. Un carácter fuerte al tiempo que
agradecido que se mantiene firme en las creencias y costumbres de su pasado.
Nuestra tierra es una tierra agradecida y nosotros queremos serlo con vosotros
por esta oportunidad que nos brindáis.
Pero no lo tenemos fácil. ¿Cómo reunir y resumir la ingente
cantidad de recuerdos que atesoramos de nuestro tío Salvador? ¿Cómo encontrar
las palabras adecuadas para recoger su obra?
Habrá que empezar por el principio. Que tuvo lugar aquí
cuando Salvador Alonso nació en Lois el 18 de marzo de 1905, y nos dejó para siempre ¿en León? el 6 de
septiembre de 1998. Lo que supone 93 años, que son muchos, y también mucha vida
y mucha labor.
Era un hombre de vida austera, carácter montañés, mirando
siempre hacia estas tierras. Y aunque la dedicación absoluta a su vocación nos
privó de muchos acercamientos, nunca olvidó su familia y su procedencia.
Era el tercero de los diez hijos del matrimonio formado por
Benito Alonso Fernández, natural de Lois, y de Anselma Fernández Fernández,
natural de Salamón. Aquí en Lois nacieron los primeros seis hijos: Manuela,
Rosario, Salvador, Salustiano, Justa y Secundina. Y aquí vivieron hasta el año
1911, cuando toda la familia se trasladó a la casa que habían construido en Las
Salas, y donde ya nacieron los cuatro siguientes: Aurora, Paulina, Valentín y
Tarsila.
Quiero tener aquí un recuerdo muy especial y cariñoso para
nuestra tía Aurora, que es la única que continua con nosotros. Aurora tiene 103
años, y vive en Madrid rodeada de sus
queridos hijos, nietos y biznietos.
Al hablar de don Salvador en familia quiero resaltar que
parte de nuestros antecesores son naturales de este pueblo de Lois. Él nació
aquí y otros procedemos también de estas montañas, de lo cual nos sentimos
orgullosos al igual que del apellido Alonso.
Referente al apellido, mi padre Salustiano fue el único varón
casado. La rama de esta familia, a la que yo pertenezco, es única trasmisora
del apellido Alonso. Y hoy sólo puede continuar en la familia de mi hermano
Benito y en la de su hijo Jesús Manuel Alonso.
De vuelta a Las Salas, me atrevería a decir que esa casa de
familia numerosa fue la casa solariega de la familia Alonso y González. Por mucho
tiempo se la conoció como la Venta de Las Salas y marca el inicio del valle de
Alión, cuya carretera discurre junto al rio Dueñas, y después de recorrer unos
kilómetros concluye en este pueblo de Lois. En este camino encontramos la
Ermita de la Virgen de Roblo. Podemos decir con satisfacción que fue nuestro
tío Salvador el principal impulsor de la construcción de la nueva ermita, que
después de muchos avatares se inauguró el 8 de agosto de 1957, con la presencia
del obispo de Cuenca, don Inocencio Rodríguez.
Retomemos el hilo de don Salvador en familia. Llegó a la casa
de Las Salas con 6 años. Se trasladaba a Lois para hacer sus estudios,
inicialmente de primeras letras y después en la Cátedra de Latinidad. En esta
etapa de sus estudios en Lois empezó a sentir sus primeras inquietudes y a los
14 años caló en su espíritu aquella frase de Jesús a sus discípulos: "Si
alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame".
Respondiendo a esa llamada ingresa en el Seminario Conciliar
de San Froilán de León, donde estudió Filosofía y Teología, consiguiendo la
calificación de Meritísimus. Los dos cursos siguientes estudió en la
Universidad Pontificia Eclesiástica de Burgos, terminando con la misma
calificación de Meritísimus.
Don Salvador es ordenado sacerdote el 25 de mayo de 1929, y
este mismo año, el 3 de julio, celebra su primera misa en la Iglesia Parroquial
de Las Salas. Como se acostumbraba entonces por los pueblos de la montaña, y a
pesar de ser día laborable, toda la gente del pueblo y muchos forasteros
acudieron a la casa del misacantano a buscarle para trasladarle en una silla
gestatoria hasta la iglesia.
Aunque el día era desapacible y lluvioso, con madreñas y
paragüas se cumplió con el protocolo y el mal tiempo no impidió a los más
valientes escalar los dos larguísimos troncos que se habían instalado para la
celebración.
Comienza su vida pastoral siendo nombrado cura-vicario de
Garrafe de Torío. En esta parroquia está hasta junio de 1936, cuando es
nombrado cura-vicario de la parroquia Nuestra Señora del Mercado de León. En
1940 le nombran coadjutor de dicha parroquia.
Hubo una fecha importante en su vida. El 6 de noviembre de
1943 tuvo lugar un suceso que marcaría para siempre su labor sacerdotal, y
diría que su sentir interior. Fue llamado al Obispado de Cuenca como canciller
secretario de Cámara del nuevo obispo, don Inocencio Rodríguez, natural de
Santa Olaja de la Varga.
En Cuenca permaneció hasta su jubilación. Y desde que llegó,
ya para siempre tendría dos patrias. Esta tierra nuestra, León, y su querida
Cuenca. Su rostro mostraba síntomas de cariño y satisfacción cuando conversando
se nombraba Cuenca. Y explicaba, con su verbo fácil, cuánto se podía ver y
disfrutar de las tierras conquenses. Conocía muy bien la provincia y nos
hablaba de la Ciudad Encantada, el nacimiento del rio Cuervo, las Hoces del
Cabriel, el Ventado del Diablo, y mucho
más que podríamos nombrar.
Así sucedió que fueron sus dos patrias, una de nacencia y
otra de vivencia. Fiel a la tierra que le vio nacer, quiso de la misma manera a
Cuenca y a León. En Cuenca, nuestro tío, durante casi cuatro décadas,
desarrolló una ingente labor en todos los ámbitos de su ministerio. El 31 de
mayo de 1958 es nombrado prelado doméstico de Su Santidad. Y el 30 de junio de
1964, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, le nombra académico
correspondiente en Cuenca.
No vamos a enumerar cargos, distinciones y prebendas, sino
solamente dejar constancia de la labor que durante años desarrolló en Cuenca,
donde su huella permanece allí para atestiguarlo.
La imagen que guardamos de nuestro tío es la del sacerdote
celebrante y cercano a sus feligreses, con quienes solía charlar. En cierta
manera, también se puede decir que nació con el título de montañés y falleció
con el de Monseñor.
Durante aquellos años, ocurrió en la familia la muerte de
nuestro abuelo Benito, quedando Manuela, Secundina y Salustiano al cargo de la
casa y negocio. Mi padre, Salustiano, llegaba desde Crémenes para quedarse
mientras sus hermanas y su sobrina Ofelia terminaban sus carreras, y su sobrino
Benitín se hacía grande. Pero como el hombre propone y Dios dispone, el 12 de
mayo de 1947 mi padre fallece inesperadamente a los 41 años. Ello significa que
el único varón que queda es don Salvador. Él será a partir de ese año el Pater
Familiae, y como tal ejercerá. Coordinando, supervisando y controlando el
funcionamiento de la familia, que desde esa fecha tomaba bajo su tutela.
La casa y el negocio quedaban a cargo de Manuela, su hijo
Benito, y Secundina. Siempre siguiendo las sugerencias e indicaciones de
Salvador Alonso.
Su sobrino Benito, aquí presente, que en aquella época tenía
24 años, ya venía asombrando desde los 17
en cuantos corros de aluche participaba, tanto en la montaña como en la
ribera.
Otra gran ayuda fue Ángel González, un asturiano de un
pueblín pegado a Luarca, que en febrero de 1946 se había casado con Paulina,
hermana de don Salvador, y que después de varios destinos como maestro de
niños, recala en la escuela de Las Salas, donde permanece hasta que suprimen
las escuelas. Durante estos años, tanto Ángel el maestro, como Benitín el
luchador, alivian sobremanera la dura carga que pesaba sobre nuestro tío. En
esta época también se incorporan al negocio, Benito, mi hermano, y el primo
Bernardín, como familiarmente le conocemos. Regentaban con ayuda de las mujeres
de la familia, la casa, la tienda, el almacén de grano y vino, y atendían lo
mejor que podían a cuantos bajaban de los pueblos del valle.
Tío Salvador aprovechaba los veranos para pasar días de
descanso en la casa familiar de Las Salas. Durante su estancia veraniega subía
todos los días a decir misa en la Ermita de Roblo, y sus sobrinos más pequeños
discutían para ver quién hacía de monaguillo.
Pensamos que aprovechaba su descanso para encontrar en la
montaña un lugar para verse a sí mismo. Lo que esperaba lo gritaba en la
montaña; lo que deseaba y aquello que le dolía lo lloraba en la montaña.
A partir de 1981, año de su jubilación, tío Salvador vive en
León con sus hermanas. Allí tiene tiempo para ordenar y catalogar la amplia
documentación de tantos años de estudio y trabajo. Recibe a cuantas personas
pasan a visitarle. Unos para disfrutar de sus amplios conocimientos y su amena
charla, y otros en busca de consejos, documentos y consultas sobre cualquier
tema o personaje, sobre todo los que inciden en su querida montaña.
No quiero terminar estas palabras sin dar las gracias a mis hermanos
y primos, que confiaron en mi para hablar de
nuestro tío. Y de manera especial a nuestro primo Ángel Miguel González,
pues sin su inestimable y valiosa colaboración, no hubiera sido posible esta
charla. Ángel, con mucho trabajo y más entusiasmo, recogió todos los datos que
aquí hemos podido aportar.
En nombre de toda nuestra familia, muchas gracias por este
acto, ya que nuestro corazón está hoy lleno de recuerdos, y estoy convencida de
que muchos de ustedes que le conocieron sentirán cercana su lejanía, pues nadie
echa de menos a un desconocido.
Y para terminar, permítanme traer aquí la primera estrofa de
la canción popular que muchos consideramos como el Himno de la Montaña Leonesa.
Viva la montaña viva
Viva el pueblo montañés
Que si la montaña muere
España perdida es.
Muchas gracias.
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